Un balance 2021 ajustado por inflación y un 2022 que depende más que nunca del mundo

Sin acceso al crédito y sin una reforma del gasto, el ajuste seguirá siendo, con más impuestos, con inflación y licuación.

Fechar ciclos económicos resulta siempre arbitrario, y usar el año calendario es una arbitrariedad tan buena como cualquier otra.

Dicho esto, considero que para analizar la economía argentina del 2021, y no sólo la economía, debería tomarse en cuenta el bienio 2020-2021, como un todo. En primer lugar, porque los dos años se vinculan con la irrupción de la pandemia del Covid y los confinamientos resultantes, en el primer año, y la salida de éstos en el segundo.

Con caída de la economía del 10% en el 2020 y recuperación idéntica en el 2021. Es decir, volvimos en promedio, aproximadamente a finales del 2019. Pero recuerden siempre que, lamentablemente, “en el promedio se ahogan los petisos”.

En segundo lugar, porque en la mala praxis del 2020, y no sólo en materia económica, estuvo el “huevo de la serpiente” del 2021, en particular en el tema inflación y distorsión de precios relativos.

Me explico: el Gobierno creyó, equivocadamente, que estaba en condiciones de aplicar, en el segundo trimestre del 2020, la “solución” que habían instrumentado muchos otros países para compensar la caída de la actividad económica producto del COVID y los confinamientos, incrementar el gasto público, y el déficit fiscal consecuente. El problema estaba y está, en que, al contrario de la mayoría de los países, el Estado argentino no tiene acceso al crédito, de manera que aumentar el déficit fiscal, implica emitir pesos desde el Banco Central.

Pero ampliar la oferta de pesos en un país en el que la moneda que se demanda es el dólar tiene efectos secundarios graves. De allí que advertí, junto a otros colegas, en ese momento, que había que ser muy cuidadoso con el descontrol monetario, tratando de incorporar austeridad y prudencia en los gastos públicos que no fueran compensaciones a los confinamientos, incluyendo una fuerte caída del gasto político y de administración del Estado, que por otra parte estuvo gran parte del bienio cerrado.

Sin embargo, la respuesta oficial fue que “la emisión no genera inflación”. Pero la emisión descontrolada de una moneda que nadie quiere tuvo la consecuencia esperada, a medida que se fueron liberando actividades y desapareció la acumulación “precautoria” de pesos, esos pesos buscaron dólares y esa búsqueda elevó el precio del dólar libre, incrementó la brecha, empezó a trasladarse a los precios y obligó a la Vicepresidenta a escribir su primera carta, advirtiendo, desde la política, que algo había que hacer.

Entramos, entonces, al 2021, con un gobierno tratando de ser más prolijo fiscalmente, para presionar menos al Banco Central, aunque sin admitir explícitamente, el efecto de la política monetaria sobre la tasa de inflación. Para ello, obtuvo los ingresos extraordinarios del Impuesto a la Riqueza, mientras licuaba salarios públicos y jubilaciones con el salto en la tasa de inflación. En otras palabras, el primer semestre del año “cerró” fiscalmente, con más presión impositiva, sobre los “ricos” en un extremo y sobre los “pobres” en el otro y la inflación terminó haciendo el ajuste que el oficialismo negaba.

Pero para moderar dicho ajuste, se usaron la evolución del tipo de cambio oficial, el congelamiento de las tarifas de los servicios públicos y de algunos servicios privados, más el control de otros precios, para “anclar” la tasa de inflación en sólo 50% anual.

El segundo semestre, en cambio, estuvo dominado por el plan electoral original, más el adicional del plan platita, post PASO.

Por lo tanto, se siguió presionando sobre la brecha, se mantuvo elevada la tasa de inflación, y la platita no alcanzó para ganar las elecciones, porque todavía no aprendieron que la política monetaria actúa con rezago, y que, sin acceso al crédito, el impulso fiscal tiene poco efecto, porque se les da a unos y se les quita a otros.

Pero el rebote de la economía del 2021, al final del día, no la explican los pesos, sino los dólares. Sin dólares, no hay reactivación, porque sin dólares no se puede importar, y sin importaciones no se puede producir.

Y eso me lleva a los tres “regalos” que recibió la Argentina en el 2021.

Como la Argentina tiene el ingreso de capitales cerrado, y el Banco Central no tiene reservas, los únicos dólares disponibles son los que surgen de las exportaciones. Y las exportaciones argentinas tuvieron dos beneficios externos. El primero, en los precios de nuestros productos agrícolas, en particular la suba en el precio de la soja. El segundo beneficio se obtuvo en las cantidades exportadas a Brasil, también recuperando crecimiento después de la pandemia 2020. A esos dos, se le agregó el tercer regalo, el reparto del aumento de capital del FMI, que permitió un ingreso de dólares adicionales que se usaron, porque todavía seguimos postergando un acuerdo con el Fondo, para pagar los compromisos con el Fondo. Pero, dada la brecha, una parte de esos dólares se “filtraron” hacia menores exportaciones y mayores importaciones. Otra parte se usó para el pago parcial de compromisos de deuda privada y pública impostergables y el resto, como mencionara, financió el crecimiento, dejando en cero las reservas del Banco Central.

En síntesis, el 2021 fue, un ajuste del peor, con malos impuestos a los sectores altos y medios y un pésimo impuesto inflacionario a los sectores de menores recursos. Con un rebote post confinamiento, financiado con los dólares de la soja, de la demanda de Brasil y del aumento de capital del Fondo.

¿Y el 2022? Con la descripción del 2021 resulta fácil explorar el año que comienza. Sin acceso al crédito y sin una reforma del gasto, el ajuste seguirá siendo, con más impuestos, con inflación y licuación, algún desancle parcial de tarifas y tratando de recuperar el atraso cambiario del 2021.

¿Y la tasa de crecimiento? Sin el regalo de la soja -que ignoro-, sin el aporte extraordinario del FMI -que no se repetirá- y sin un fuerte crecimiento de Brasil -difícil- no habrá dólares suficientes para crecer nuevamente al 10% del 2021, y ni siquiera al 4-5% al que aspira el Gobierno – ¿La mitad? – .

Y todo esto suponiendo que los cambios en la política monetaria de la FED tendrá todavía efectos menores, y que, sobre la hora, y antes de ir a los penales, se firma algo con el FMI que el kirchnerismo, el staff y el directorio del organismo acepten.

¿Y si no hay acuerdo?

Mejor empecemos el año tranquilos, no se preocupen que el Ministro tiene todo calculado.

Infobae.com



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