La polarización de la culpa

Editorial de Entreríosplus.com

Marcelo Longobardi, en conversación radial con Jorge Lanata, preanunció que la crisis argentina tendrá una salida autoritaria. Es difícil saber si los dichos respondían a convicciones propias o fueron un desliz a partir de la línea que el periodista mantiene con la Embajada o los sectores más recalcitrantes del poder económico. La fuerte repercusión lo obligó a que, 24 horas más tarde, se desdijera, pero lo importante no es el hecho en sí, sino, que no es un hecho aislado. Estamos en un contexto donde las manifestaciones de odio han crecido exponencialmente. El odio irracional y el odio pensado como forma de hacer política. Uno como el otro dan como resultado una ruptura con el consenso de convivencia democrática. La democracia es un sistema institucional, también es un tipo de ideología, pero fundamentalmente la democracia se juega en la práctica social cuando cualquiera la ejerce día a día. Uno de los peligros que existen es que crezcan los discursos de odio y tengamos una democracia en términos formales, pero con una derecha que busca deslegitimar a la política mientras despliega una praxis que en otras partes del mundo rinde frutos, y evoca y añora tiempos a los que una extensa mayoría condena y no quieren volver.

Lo que hay de fondo en “la democracia no es para cualquiera”, es la búsqueda de una democracia de baja intensidad, como una pantalla donde lo que en realidad sucede son situaciones no democráticas y autoritarias. Lo que hay de fondo también es algo que está sucediendo a nivel global: es la discusión sobre la democracia y el contexto de crisis por la pandemia. Éstos escenarios son tierra fértil para que afloren los discursos de odio.

Cuando dicen “la democracia no es para cualquiera” es plantear que hay gente que sobra y por lo tanto se justifica la violencia y la desigualdad.

Platón decía que la democracia era un escándalo, porque podían votar los nadies. Era otro tiempo. La democracia solo se fortalece en la medida en que se habiliten espacios para una mayor y más profunda participación ciudadana.

Coaliciones fuertes y equilibradas

Detrás de la disputa entre el gobierno nacional y el de la Ciudad de Buenos Aires por la presencialidad en las aulas porteñas, lo que asoma es la confrontación de las dos grandes coaliciones políticas. A diferencia de una región cuya política se parte en mil pedazos, en Argentina se consolida el “bipartidismo”, pese a un contexto desolador, propicio para el surgimiento de “outsiders” y radicalizados.

En toda Sudamérica el malestar pandémico, económico y social producen una fragmentación política sin precedentes. La comparación entre países es pertinente, porque las discusiones son las mismas en todos los lados. La crisis del coronavirus opacó las particularidades locales y globalizó las agendas públicas: todo es vacunas, curvas de contagio, presencialidad escolar, paliativos económicos. Los medios de comunicación de los diferentes países parecen calcados.

A diferencia de nuestro país, la atomización política se expande en la región. Lo distinto son los protagonistas. En Chile se proyecta un impuesto a la riqueza. En Brasil ningún partido político obtuvo más del 10% a nivel nacional en las municipales de fin de año. En Perú ninguno de los 18 candidatos presidenciales llegó al 20% de los votos; quienes pasaron a la segunda vuelta, Pedro Castillo y Keiko Fujimori, obtuvieron en la primera 19% y 13% respectivamente. Dos meses antes, se había realizado la primera vuelta presidencial en Ecuador y los dos más votados, Andrés Arauz y Guillermo Lasso, apenas superaron entre los dos el 50% del total –32% y 19% en cada caso–.

Más allá de los antecedentes de cada caso, la excepción argentina reside en que todos estos países están hoy más fragmentados que antes, y aquí ocurre lo contrario. Si nos guiamos por las encuestas, no sería descabellado que las dos coaliciones, Frente de Todos y Juntos por el Cambio, sumen entre ambas un 80% de los votos, o más, en las elecciones legislativas de este año. Son tiempos extraños y no hay que descartar sorpresas. En la segunda mitad del año seguiremos hablando de la pandemia, la inflación y la pobreza: es difícil que aparezcan temas nuevos con este panorama desolador.

Nada es eterno y pensar octubre es futurología. Más bien que en las condiciones actuales, donde recrudecen condiciones económicas y sociales críticas, las fidelidades están a prueba. El gobierno no desconoce eso, sabe que corre de atrás, que hay muchos de su propia base social que votaron esperanzados en un tiempo mejor que aún no llega. Están enojados y disconformes. Pero en este tiempo no pareciera que surjan alternativas que pongan en jaque las opciones que los argentinos tienen ambos lados de la grieta. El gobierno necesita, como el agua, resolver políticamente la disputa de la renta que los sectores más concentrados de la Argentina disparan, manteniendo por las nubes el índice inflacionario. Si lo logra y junto con ello la campaña de vacunación sigue su curso, sumando semana a semana a cientos de miles de argentinos, es posible que el panorama electoral se vaya aclarando.

A su vez, tanto el Frente de Todos como Juntos por el Cambio, se transformaron en maquinarias de unidad. Se han ido equilibrando en su distribución de poder interno, y hoy ofrecen sus votantes perfiles para todos los gustos. Desde Ofelia Fernández hasta Sergio Berni, y desde Roy Cortina hasta Patricia Bullrich.

De la unidad a la culpa es del otro

La respuesta a la crisis suele complicarse en los sistemas federales, sobre todo si el gobierno nacional y el provincial pertenecen a partidos distintos. Ocurre con las diferencias con que se adoptan medidas restrictivas en plena pandemia y ocurre cuando de controlar precios se trata. El gobernador no lo hace, no tiene interés de entrar en conflicto con el comerciante de su provincia. El intendente mucho menos. Que lo haga el gobierno nacional entonces. Si se trata de un gobernador opositor, le conviene mostrarse ambiguo, cooperar con el gobierno federal para no enfrentarse abiertamente, pero también diferenciarse, y trasladar responsabilidades. Esto se acentúa en la crisis generada por el Covid por dos motivos: la dificultad para evaluar la eficacia de las respuestas sanitarias y la polarización política.

Para la política, el federalismo es una máquina de asignar premios y castigos, donde los logros son propios y los costos son ajenos. Por un lado, los oficialismos locales buscan disminuir los costos que parecen directamente a sus votantes. Por otro lado, todos los políticos buscan deslindar responsabilidades a los «otros» por el daño infligido por la crisis. Es por ello que la culpa es siempre del otro. El federalismo debilita la coordinación de una respuesta sanitaria en política pública.

Polarizados

La dificultad para medir los resultados de las políticas sanitarias y económicas y la imposibilidad de evaluar “que hubiera pasado si” se aplicaba otra estrategia, disparan una catarata de afirmaciones indemostrables provenientes de todo el arco político.

Más allá de esto, en las próximas elecciones, los votantes tendrán la oportunidad de castigar o premiar el manejo y el desenvolvimiento de los dirigentes que enfrentaron las dos pestes – sanitaria y económica- que azotan al país.

La calidad de las respuestas sanitarias y económicas es difícil de medir. Tanto el oficialismo como la oposición no tienen más alternativa que optar por el menor de los males, sabiendo el costo político que eso implica. Sin embargo, ambos disponen de cierto margen, a la hora de definir qué tan severas pueden ser las medidas a implementar.

Redistribuir es la tarea

El Frente de Todos encara un escenario muy complejo y deberá enfrentar la otra cara de la angustia popular. Con salarios devaluados y la ampliación de los sectores sociales vulnerables. La escalada de precios en los alimentos hace que la inflación golpee doblemente.

Desde el año pasado existe un incremento muy importante en los precios internacionales de los productos que Argentina exporta. Eso tiene impacto en el precio doméstico de los alimentos. La tarea será desacoplarlos y una de las herramientas es subir las retenciones.

Es acertada la decisión de reducir la tasa de devaluación, porque la variación del tipo de cambio, que fue muy elevada el año pasado, es una variable que tiene mucho impacto en la evolución de los precios.

La concentración y la extranjerización de nuestra economía también importa. Porque estos actores inciden políticamente sobre los gobiernos, condicionando o limitando la capacidad de respuesta del Estado. El desafío es enorme y la coalición gobernante lo sabe, sólo queda por conocer qué medidas consensuarán sus experimentados dirigentes.  



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