Cuatro Picassos, hipódromo, zoológico, pista de carreras, discoteca y quincho «selvático», los principales atractivos de un lugar único, el cual visitó Mauricio Macri durante su gobierno.
“En el living, gigantesco, de doble altura, vidriado y con todo el lago de frente, hay cuatro pinturas de (Pablo) Picasso en una sola pared. Todo el lugar es un gigantesco Jurassic Park, una especie de parque de diversiones para adultos”. El testimonio corresponde a una de las pocas personas que tuvo acceso al enorme complejo de Joseph Charles Lewis en Lago Escondido. El ciudadano inglés, que vive casi todo el año en Bahamas a bordo del Aviva, uno de los mayores yates privados del mundo, pasa en la propiedad cercana a El Bolsón cuatro meses por año, de diciembre a marzo. Y en ese tercio del año es posible presenciar una exhibición de riqueza, opulencia y poder, que atrasa 200 años. Por de pronto, la llegada de cualquier visitante en helicóptero amerita la formación, a un costado de la zona de aterrizaje, de 50 hombres uniformados de gaucho y montados en relucientes caballos. Lujos de un hombre que la revista Forbes ubica en el modesto puesto 276 de los más ricos del mundo, con 5.300 millones de dólares de patrimonio.
La inmensa construcción en la que se alojó Mauricio Macri cuando visitó a Lewis en 2017 tiene 3200 metros cubiertos, sólo en el edificio central. Equivale a unos 50 departamentos de clase media. Al lado hay un quincho que simula ser una selva tropical de 700 metros cuadrados, con frondosísima vegetación, y pegado está la discoteca y una cancha de bowling profesional.
El sonido que se impone es el de una catarata que maravilla a los visitantes: “¡cómo encontraron semejante caída de agua justo en este lugar!”, es el razonamiento. Pero no, es artificial. Una sofisticada y silenciosa maquinaria toma el agua del Lago Escondido, eleva el torrente por adentro de la roca y alimenta la frondosa catarata que vuelve a volcar el agua al lago.
Cuando dicen que es “un parque de diversiones para adultos”, no se equivocan. Hay una pista de karting enorme y profesional, por supuesto con los kartings de última generación. Como el millonario se aburre corriendo solo, trae competidores invitados. Y las versiones sólidas recogidas por Página/12 indican que pasó por allí más de un corredor de Fórmula 1. Lewis tiene otra afición, jugar al póker. También para satisfacer sus deseos de competencia, el hombre invita con todos los gastos pagos a jugadores profesionales, incluyendo campeones mundiales.
Pero eso es a la noche. Durante el día tampoco hay margen para el aburrimiento. La denominación es en inglés, “horse racetrack”, o sea un hipódromo. Y también una pista de equitación de salto. Es obvio que hay caballerizas con buena cantidad de ejemplares para elegir.
Algunos que lo conocen, afirman que todo está orientado a las apuestas -kartódromo, hipódromo, póker, bowling- pero a sus 85 años Lewis se mantiene hiperactivo en materia deportiva. Juega al paddle, aunque no parezca una disciplina muy británica, y lo hace casi todos los días. Como era de esperar, en la estancia de 12.000 hectáreas hay cancha de paddle vidriada de última generación, cancha de tenis y un gimnasio ultramoderno. Según afirma, se le permite el uso a los 500 trabajadores que están empleados en Hidden Lake S.A, aunque las malas lenguas dicen que únicamente cuando él no está, o sea de abril a noviembre.
Curiosamente, el megaempresario se sumó a la tradición de los narcos de tener un zoológico propio. Al menos, no incurrió en los grotescos de Pablo Escobar de llevar hipopótamos y elefantes a Colombia. Lewis tiene, en enormes espacios que tienen rejas en sus límites, especies autóctonas, del estilo del ñandú, llama, huemul y no está claro si hay algún felino. Los visitantes lo recorren en camionetas y se topan con los animales.
Hay pinturas de Picasso que valen cientos de miles de dólares y hay otras que valen millones. Sólo un experto podría valuar los que están en la pared de cara al Lago Escondido, pero Lewis es un famoso coleccionista y según la Corporación Internacional de Periodistas usó una empresa creada en Panamá en el ya famoso estudio Mossak & Fonseca, para comprar numerosas obras de arte, algunas por más de 40 millones de dólares. Las de Picasso que se aprecian en Lago Escondido, están encima de dos mullidos sillones de cuero color marrón claro. El malagueño pintó en el primer cuadro, a un hombre recostado en un sofá, el segundo es cubista y es la silueta de una persona, el tercer cuadro es una fiera enorme atacando a una presa pequeña y el cuarto es de una mujer, también acostada. Están los que afirman que Lewis tiene las pinturas más valiosas -Matisse, Cezanne, Modigliani, Chagall y varios Picasso- en el yate Aviva, de 98 metros de largo, que es donde pasa la mayor parte del tiempo. Suele estar anclado en Bahamas, donde candorosamente tiene la calidad de “exiliado impositivo”. En estas tierras le dicen evasor.
Lewis compró las 12.000 hectáreas de Lago Escondido en los años 90, dicen que a un precio irrisorio de 12 millones de dólares. Es una operación que estaría prohibida en cualquier lugar del mundo porque no se permite semejante extranjerización de tierras. Pero, además, esa compra también fue de legalidad más que dudosa, porque aún en esos tiempos habia un veto a la extranjerización de tierras cercanas a las fronteras y debió expedirse -y no lo hizo- la Comisión Nacional de Zonas de Seguridad de Fronteras. Durante el gobierno de Macri hubo un intento de impugnar aquella compra de los años 90, pero la administración de Cambiemos sofocó la movida de inmediato. Ante cualquier reclamo como la marcha por el acceso a Lago Escondido, el megamillonario recurre a ese ejército privado de gauchos disfrazados, que le hace la venia a los poderosos y enfrenta a los que pelean por el derecho esencial a transitar hacia una maravilla de la naturaleza que es de todos.
FUENTE: Página 12