Argentina: La pobreza infantil, nuestra peor hipoteca

Solo aplicando políticas de Estado serias y duraderas, producto de amplios debates y fuertes consensos, podrán empezar a desandarse tantas injusticias.

POR LA NACIÓN

Las apabullantes cifras de pobreza e indigencia impactan ferozmente sobre las franjas etarias de la niñez y adolescencia argentinas, carentes de alimento suficiente, vivienda, salud y educación. Según los datos del Indec difundidos recientemente, 2020 finalizó con una pobreza infantil –menores de 14 años– del 62,9%, que representa casi 7 millones de chicos que viven en hogares que no tienen ingresos suficientes para comprar una canasta mínima de alimentos básicos. Ni los planes sociales ni otros subsidios como la Asignación Universal por Hijo alcanzan para rescatar a los millones de argentinos golpeados por la recesión, mayor inflación, deterioro de los ingresos y caída del empleo.

El enorme impacto de la pandemia empobreció aún más a las personas vulnerables y arrastró también hacia abajo a amplios sectores de la clase media. Estos nuevos pobres provienen de la industria, el comercio, la gastronomía, la construcción y de profesiones independientes afectadas principalmente por la disposición de medidas de confinamiento y aislamiento social estricto y prolongado.

La pobreza evidencia que una sociedad no ha logrado generar las respuestas apropiadas ni articular un sistema educativo equitativo. Toda una generación de chicos y jóvenes está creciendo sin recibir la educación que merecen. Esto se suma a la lamentable pérdida de la cultura del trabajo que contribuyó a forjar los cimientos de la Nación y que hoy nos devuelve ya varias generaciones que solo han sabido descansar en la ayuda del Estado, sin entrenamiento laboral alguno, faltos de ideales y carentes de esperanza de progreso sobre la base del propio mérito.

Las políticas de los últimos años han sido decididamente ineficientes. Los modelos utilizados han derivado en un asistencialismo que no solo ha multiplicado exponencialmente la pobreza, sino que ha vuelto cada vez más dependientes y vulnerables a millones de argentinos.

Un sistema que no puede dar cabida a los más desprotegidos confirma su falibilidad tanto como la incapacidad de una dirigencia para revertir un estado de cosas que se agrava año tras año y que no se resuelve posponiendo largamente las soluciones estructurales sin las cuales no se podrá modificar tan obsceno escenario.

Nos preocupa promover la educación como instrumento insustituible, pero si falta el alimento a edad temprana ningún niño podrá desarrollar sus capacidades. Tampoco si se enferma porque vive a la intemperie o hacinado.

En medio de las escandalosas cifras de pobreza y marginalidad no escuchamos alzarse muchas voces que reclamen por tanto derecho alevosamente vulnerado. Más bien podría decirse que nos hemos instalado en una indiferencia colectiva que sirve para acallar conciencias solo despertadas cuando un caso concreto le pone rostro y nombre a la tragedia, al exponer la indignidad y la ausencia de derechos en las que tantos viven cotidianamente sumergidos. Para entonces revictimizarlos en una impune exposición de las miserias humanas. De quienes las padecen y de quienes hacen la vista gorda.

La pobreza es otra pandemia que urge resolver. Con soluciones y reformas de fondo para las que será imprescindible acordar y sostener decisiones. No habrá futuro para nuestros niños y jóvenes si no levantamos la pesada hipoteca que pende sobre ellos y apostamos a su educación.



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