Sólo en Argentina es considerado “patrono del trabajo”. Lo hemos adoptado cual inmigrante con tanto fervor que se trata del santo más popular de nuestro país. Este sábado se lo celebra.
Su nombre era Gaetano y nació sobre fardos de paja, en un establo, porque su madre quiso emular a la Virgen María y entregarle aquel (su tercer hijo) pariendo como lo hizo ella. Era una tardecita de 1480 y varios sirvientes acudieron a contener a la madre, cuyo nombre era María Da Porto, condesa de Thiene.
Los padres de Gaetano eran condes y el pequeño creció entre lujos inimaginables, mármoles venecianos y vajilla de plata. Por esta razón no tuvieron inconvenientes en enviarlo a la Universidad de Padua, una de las más prestigiosas del mundo y en aquel entonces, la mejor. Allí Gaetano estudió abogacía, con el sueño de seguir el mismo oficio que su papá Gaspar, que murió cuando el joven tenía dos años.
Se recibió en 1504 con notas impecables y nunca ejerció: durante sus estudios había descubierto una vocación sacerdotal férrea y una vocación por brindarse a los pobres fuera de serie. Y optó por ese camino, renunciando a todas sus riquezas y convirtiéndose en sacerdote. Luego de trabajar en el Vaticano como uno de los favoritos del Papa Julio II, volvió a abandonar su ostentosa oficina para seguir el camino de su corazón, y creó el primer hospital de enfermedades infecciosas de la historia, peleando con algunos sectores que consideraba que los infectados estaban embrujados.
“Quiero honrar a Cristo hasta transformarme en Él, como decía San Pablo”, explicaba en sus cartas. Vivía entre sus pares, los Hermanos del Divino Amor, y ya había perdido a ambos hermanos y a su madre. Quedaba él solito, conde de Thiene si no hubiera renunciado a todo a temprana edad, y asistía a los enfermos del Hospital de Incurables noche y día. Fue entonces cuando un anhelo irrumpió en su vida: quería fundar su propia orden religiosa. Así se lo expresó al Pontífice, proponiéndole claridad entre tanta oscuridad de la Iglesia de aquel entonces, consumida por la corrupción, detractores, y la Inquisición misma. Proponía vivir en comunidad con voto de absoluta pobreza bajo el lema “Nada poseer, nada pedir”. Y nació la orden de los Teatinos. Eran sacerdotes que además de servir al prójimo pasaban hambre, tenían prohibido pedir ayuda y mayormente se cuestionaban la regla de Gaetano. Pero cuando parecía que iban a desfallecer, una canasta con comida aparecía frente al edificio sin que nadie hubiera visto quién la acercaba. Milagros, que le dicen.
El sacerdote se acercaba a los setenta años -algo insólito para la época- cuando comenzó con dolores de articulaciones, pecho, picos febriles y otras dolencias. El final estaba cerca y él lo sabía. Murió en 1547 en Nápoles, dormido sobre fardos de paja como aquellos que lo vieron nacer. Pobre entre los pobres y rico entre los ricos. Y, luego, en 1671, santo.
La versión argentina
Luego de la canonización de Gaetano, algunos inmigrantes italianos se lo trajeron consigo a nuestro país y así un muy buen día un campesino de principios del siglo XIX pasó frente a una imagen del santo camino a su casa y en medio del campo. No sabía quién era, pero el paisano venía de tener un pésimo día, de esos a los que a cualquier santo se le reza. Venía de sus campos de trigo, donde no había podido cosechar nada debido a una sequía que lo abrasaba todo desde hacía meses. El hombre se bajó de su carreta y le rezó a aquella imagen, pidiéndole que salvara sus trigales y dejándole como ofrenda unas pocas espigas que había logrado recolectar. Le prometió a Gaetano que si recordaba su pedido difundiría su ayuda y daría a conocer quién era. Y se fue. Pero antes de que llegara a su casa se desató una tormenta pocas veces vista desde el diluvio universal, y el anónimo se dejó empapar por aquella bendición y por su promesa.
Cuestiones argentinas, Gaetano pasó a llamarse Cayetano. San Cayetano. Y la difusión del milagro de los trigales fue tan grande que sus fieles comenzaron a ofrecerle el origen del pan para pedirle que con él pusiera el nuestro de cada día en nuestras mesas. La devoción creció y pasó a ser conocido como ‘el santo de la espiga’ y el patrono del pan y el trabajo, sólo aquí, en Argentina, ya que el santo del trabajo en el resto del mundo es San José (por tratarse del carpintero más famoso, a excepción de su Hijo, claro). Cada 7 de agosto, fecha en que murió, Argentina celebra a Cayetano, pidiéndole pan y trabajo o agradeciéndoselos.
Se ha dicho, popularmente- que San Cayetano murió en el siglo XVI y resucitó en el XX. Ocurre que el 29 de octubre de 1929 la bolsa de Wall Street se desplomó, iniciando una década nefasta y llevándose consigo hasta a nuestra propia economía.
La pobreza y la indigencia se habían adueñado de nuestro país, y en aquella desesperación alguien recordó al santo de la espiga. Y lo compartió. Y comenzaron las peregrinaciones hasta su “casa matriz” en Liniers (barrio porteño), la célebre parroquia enclavada en Cuzco 150.
En el mundo, San Cayetano es sinónimo de la Argentina, a pesar haber nacido en Italia. Y aquí lo demuestra siendo medalla de plata en los olímpicos de la devoción, sólo superado por la Virgen de Luján. No es necesario reforzar que tenemos predilección por el santo de la espiga.
La Nación.