Opinión: La guerra que desnuda la relevancia de la economía real

Mientras las tropas rusas continúan atacando Ucrania, el impacto económico del conflicto se concentra principalmente en tres variables claves: la energía, las materias primas y los productos agrícolas.

POR PABLO KORNBLUM  (*)

Los tiempos de guerra suelen ser aquellos que nos permiten abrir los ojos, mostrarnos en un instante, en una foto, lo que la dinámica de la vida coyuntural nos ensombrece nuestra compleja realidad cotidiana.

Mientras las tropas rusas continúan atacando Ucrania, el impacto económico del conflicto se concentra principalmente en tres variables claves: la energía, las materias primas y los productos agrícolas.

Por supuesto, dependiendo de ser más o menos «amigo», o la autosuficiencia que tenga cada país para abastecerse, la escasez y los precios por «las nubes» tienen un mayor o menor impacto, además de las derivaciones indirectas que ello pueda conllevar. Solo para dar un ejemplo, si un país que depende energéticamente de Rusia recibe menos gas, tiene que reemplazarlo utilizando otras fuentes disponibles en el mercado internacional, lo que afectaría los suministros para terceros Estados.

Por el contrario, algunos países pueden vivenciar un «boom» positivo para sus economías. Si pensamos en Perú, el país andino podría convertirse en un nicho atractivo para la exportación de gas que satisfaga las necesidades energéticas de Europa central: Alemania, Polonia y el norte de Italia que son, en la práctica, los países que más consumen gas en el periodo de invierno y con finalidades industriales.

Los números que explicitan lo expuesto son más que claros: Rusia es el segundo mayor exportador de petróleo y el mayor exportador de gas natural del mundo. Europa, por su parte, recibe de Rusia casi el 40% de su gas natural y el 25% de su petróleo. Un arma de guerra sustancial como respuesta a las sanciones económicas impuestas por Occidente. ¿Si le afecta Rusia la imposibilidad de exportar a Occidente –cuestión que todavía se encuentra en discusión en el seno de la Unión Europea por las consecuencias macro y microeconómicas que conllevarían-? Por supuesto que sí. Pero Rusia hace rato que mira hacia Oriente, sobre todo después de la guerra de Crimea de 2014: China es el mayor socio comercial de Rusia y ambos países ya han discutido la construcción de nuevos gasoductos para transportar gas ruso.

Por otro lado, los precios en los mercados de trigo y maíz llegaron a su punto más alto desde 2012. Rusia y Ucrania, alguna vez llamadas «el granero de Europa», exportan más de una cuarta parte de la producción global de trigo, una quinta parte del maíz y el 80% del aceite de girasol. En este punto, las derivaciones son también más que complicadas: los números indican que Ucrania enviaba hasta el comienzo de la guerra el 40% de sus exportaciones de trigo y maíz a África y al Medio Oriente, geografías donde la menor provisión de alimentos esenciales y la inflación derivada de ello pueden mellar fuertemente la inestabilidad social.

Por su parte, el posible desabastecimiento de metales indispensables como el paladio, el aluminio o el níquel, suscitaría un trastorno más para la dinámica de las cadenas de valor global. Por ejemplo, dado que Rusia es el mayor exportador de paladio en el mundo, los precios de este metal que se usa en los sistemas de escape de los automóviles, los teléfonos celulares, e incluso en los empastes dentales, se han duplicado en los últimos días. También ha estado aumentando el precio del níquel, el cual se utiliza para hacer baterías de autos eléctricos. Ni que hablar del gigante europeo de la aviación, Airbus, el cual se abastece de titanio de Rusia.

Por supuesto, al final del día la guerra tiene sus derivaciones en la economía financiera. Las naciones occidentales eliminaron a Rusia de la red de comunicaciones bancarias Swift, como así también prohibieron cualquier transacción con el Banco Central de Rusia, el cual posee 630.000 millones de dólares de reservas en divisas. Para contrarrestar esta situación, Rusia ha estado trabajando con China en el diseño de nuevos sistemas de pagos internacionales que puedan eludir el dólar y, por lo tanto, reducir la capacidad de Estados Unidos para ejercer presión a través de sanciones.

Por otro lado, Rusia lleva tiempo preparando lo que sería la creación de su propia criptomoneda oficial, el rublo digital. Durante estos últimos meses, 2 de los 12 bancos que hay en Rusia ya completaron transacciones entre clientes en los que se usaba esta moneda digital. Y como salvoconducto de corto plazo en este escenario de conflicto bélico, Vladimir Putin anunció medidas que buscan frenar la caída del rublo: desde la duplicación de la tasa de interés de referencia (llevándola del 10,5% al 20%), hasta que los exportadores se vean obligados a convertir en rublos el 80% de sus ingresos obtenidos en monedas extranjeras desde el primero de enero de 2022, entre otros.

Es claro que al final del día, las derivaciones de la economía real que pueden afectar a la inflación, los bonos o las criptomonedas, son solo eso: el complemento –aunque necesario en la mayoría de los casos- de lo que realmente importa, de lo que se consume y se produce, de lo que permite que nos alimentemos, nos traslademos, podamos comunicarnos.

Entonces uno se acuerda de nuestra querida Argentina: de Vaca Muerta, de nuestro campo, de la imperiosa necesidad de alguna vez por todas tener una industria competitiva, de potenciar los servicios tecnológicos que puedan insertarnos de lleno en el mundo. Si logramos fortalecer estos procesos, le dejamos solo el margen de error u omisión maliciosa a los procesos de endeudamiento cíclico, a la fuga de capitales, a la montaña rusa financiera que representan las criptomonedas sin control.

Sino piensen en este momento histórico único. Si nos hubiéramos abocado a tener una política energética adecuada –en lugar de sufrir por los dólares que se nos van a escurrir de las manos con los incrementos de los precios de la energía-, un sector agroexportador que trabaje codo a codo con cualquiera sea el gobierno de turno –que liquide las divisas en tiempo y forma, y no esperando la negociación coercitiva para retrasar los incrementos de precios en el mercado doméstico-, y una política económica soberana en términos de abocarse al financiamiento internacional exclusivamente para producir y exportar más, seguramente podríamos vivenciar este contexto geopolítico global en una situación económica cuasi positiva en su totalidad.

Pero la única verdad es la realidad y estamos discutiendo como pagarle la deuda al FMI, como incrementar las retenciones sin que se produzca una rebelión en el campo, y como mantener el tipo de cambio y la tasa de interés en valores «razonables» para que no se dispare la inflación. Evidentemente, la patria financiera, derivado del descuido de la economía real y la «diosificación del hacerse rico sin producir», hace años viene ganando.

Las guerras son todas una porquería; pero si nos ponemos a reflexionar en que al menos esta entre Rusia y Ucrania sirva para algo, sea para abrirnos la cabeza y nos permita pensar estratégicamente a futuro que es lo relevante. Pero también, y sobre todo, que es lo que nos ha llevado a los frecuentes fracasos a los que estamos acostumbrados.

(*) Economista y Doctor en Relaciones Internacionales.

FUENTE: Ámbito



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