Por Juan Bracco
Cristina Fernández de Kirchner comunicó su decisión de competir por la presidencia del Partido Justicialista. La movida va en una dirección doble: por un lado realza su centralidad y la polarización con Javier Milei, mientras que por otro posterga la renovación urgente del peronismo que, en la era de la Inteligencia Artificial, aún transmite programas analógicos y en blanco y negro ¿Qué ocurrirá el día después de Cristina?
El peso propio de su nombre inclina el fiel de la balanza sin más. No hay que poner en el otro platillo cuando aparece. Lo sabe ella. También sus seguidores. Y mucho más sus detractores.
Ahora ha protagonizado un nuevo regreso. El fin, en este caso, es menor si se lo compara con los anteriores. Apenas se centra en disputar la conducción de un partido donde nunca se sintió muy a gusto. Todo lleva a pensar que se trata, en realidad, de un movimiento con la mira puesta en la provincia de Buenos Aires, territorio que parece quedar chico para la coexistencia de su exministro Axel Kicillof y su hijo, Máximo.
Por eso, su decisión disparó las reacciones previstas. Fue celebrado por su círculo íntimo. En este anillo que la circunda, se puede ubicar a La Cámpora (en un formato que cada vez se asimila más a una Guardia Pretoriana) y la dirigencia sin luz ni brillo propio que solo puede aspirar al poder y al protagonismo que ansían bajo el paraguas de la expresidenta.
Para conocer los nombres basta con repasar quienes hicieron la previa, una suerte de operativo clamor con intenciones de espontaneidad. Así, la postulación al cargo partidario se dio como la aceptación de un pedido y no una pretensión personal. En el peronismo es una práctica que sólo es superada por la entonación de la marchita.
Cierto es que el kirchnerismo es, aún, el espacio peronista con mayor peso específico. Y que no es antinatural que CFK pretenda presidir el partido. Pero también es real y verificable de que el fenómeno va de la mano con la aceleración de la fuerza centrífuga del kirchnerismo. Este giro constante sobre sí mismo incrementa la densidad de masa de su núcleo. Pero, mientras, expele y eyecta todo aquello que no puede concentrar.
El tiempo pasa
Cristina Fernández de Kirchner nació el 19 de febrero de 1953. Era una época dominada por la radio AM donde apenas un año y medio antes se había hecho la primera transmisión de TV en blanco y negro que pudieron ver una decena de televisores instalados en Capital Federal.
Tiene 71 años. Por designio de la naturaleza, está más atada a un mundo que se va que al que viene llegando ¿Cuenta con experiencia y prestigio para ocupar posiciones de poder? Como pocas personas. Pero esa experiencia es su propia limitación: no se pueden resolver los problemas de aquí y ahora como allá y entonces. De allí que la fuerza de su liderazgo se ciña a un puñado considerable, pero aún así minoritario. Este esquema le permite sostenerse. Nada más.
Según el último censo, la edad promedio de la población argentina es de 32 años. Más allá del crecimiento de la expectativa de vida, la fuerza de toda sociedad está en su juventud. Ese sector social ve a Cristina como algo que pasó y que recuerda más por comentarios que por experiencia propia que como algo que pueda abrir las puertas del futuro donde la Inteligencia Artificial promete una transformación solo equiparable con la revolución industrial.
El eterno retorno del que hace gala tiene sus límites. La experiencia del Cid Campeador es el extremo. Y además, que tenga que apelar a estos movimientos de salida y entrada de escena constante marca, en rigor, la carencia de traspolar un proyecto político más allá de quien lo encarna. La jugada, por ahora con final abierto, es que sea por filiación.
El problema no es solo del kirchnerismo. Todo el movimiento progresista de Latinoamérica que asomó como esperanza a principios de siglo sufre la misma limitación. En Venezuela, el sueño de Hugo Chávez se transformó en la pesadilla de Nicolás Maduro. Evo Morales, en Bolivia, no acepta los límites de la Constitución que se sancionó en su mandato y puja para correr a su exministro de Economía, Luis Arce. Para poder dejar atrás la experiencia de Bolsonaro, fue Lula Da Silva en persona quien tuvo que salir a la palestra en Brasil.
La sabiduría popular describe este fenómeno con un dicho: “Debajo de los grandes árboles nunca crece el pasto”.
Profesión de fe
En la conducción política, son los éxitos los que sostienen e incrementan el capital político. CFK mantiene su impronta en algunos sectores más por fe que por certezas. Su diferencia de estatura como dirigente se sustenta más en el virus liliputiense que afecta a la clase dirigente nacional que en la infalibilidad de sus decisiones. Es que en la construcción política ha cosechado fracasos en continuado desde 2015. En un rápido repaso:
Daniel Scioli en 2015. En mayo de ese año, pidió un “baño de humildad” a todos los candidatos que pujaban contra el entonces gobernador bonaerense por la candidatura presidencial. Literalmente, los mandó a la casa. Hoy Scioli es funcionario de segunda línea de Javier Milei. Y aggiornó su frase “con fe y esperanza” agregando “la libertad avanza”.
Florencio Randazzo en 2017. Decidida a recuperar protagonismo político, definió luchar por una senaduría nacional. Para evitar la interna con su exministro del Interior, salió de la estructura del PJ y formó Unión Ciudadana. El resultado fue una debacle del justicialismo en las urnas. Además, la división dejó el triunfo servido a Cambiemos. Como saldo reluctante, Randazzo sigue flotando hoy en los armados de la rosca política.
Alberto Fernández en 2019. A fin de evitar que una movida judicial la dejara fuera de la carrera presidencial, decidió que su ex jefe de gabinete encabezara la fórmula. Ella conocía como pocos las limitaciones políticas del dirigente porteño. Sin embargo, lo ungió. Tiempo después el gobierno implotó por sus propias internas e incongruencias y la incapacidad para administrar la Nación.
Ahora, CFK va por la presidencia de una estructura en la que no se siente cómoda y a la que incluso llegó a repudiar. La movida tiene más olor a interna bonaerense, donde su hijo Máximo puja con el gobernador Axel Kicillof, que a la reconstrucción de un proyecto político a nivel nacional. Como factor para sostener la sospecha está que ha dejado de recorrer las provincias en años. A Entre Ríos no la visita desde hace una década. Y otras jurisdicciones tienen un abandono más marcado.
Es posible que el beneficiario indirecto de esta jugada de Cristina Kirchner sea el propio Milei. Acostumbrado a jugar al fleje, podrá ahora extremar más sus posturas dado que el polo opuesto es de alto contraste. Y además corre a un segundo o tercer plano a Mauricio Macri, a quien le tocará jugar de tercero excluido en este capítulo de la historia.
El peronismo, como organización, sobrevivió a su fundador y líder. La pregunta que queda flotando es ¿Qué surgirá cuando CFK ya no pueda volver a escena? ¿Qué ocurrirá el día después de Cristina?
Fuente: Valor Local