Almacén y carnicería San José, un lugar mágico en el campo profundo

Abierto hace casi 130 años, el viejo boliche de la familia Julián es una referencia insoslayable en la zona de Colonia La Llave, en el distrito Sauce.

POR EMILIO RUBERTO

A 33 kilómetros de la cabecera departamental y a 32 de general Galarza, en Gualeguay, el almacén ha estado al servicio de la mujer y el hombre de campo desde que la tierra se labraba con arados tirados por un caballo y hasta este presente de máquinas manejadas por un joystick o drones que recorren la topografía avisándonos que el futuro ya llegó.

Es un camino polvoriento entre campos que todavía amarillean de la reciente cosecha de trigo los que hay que recorrer en el interior profundo de este departamento de Entre Ríos con nombre en lengua chaná, uno de nuestros pueblos originarios: Nogoyá o “aguas bravas”, por el arroyo cercano a la ciudad que se desborda cuando llueve mucho. Largas rectas de ripio, broza o tierra que la sequía vuelve un talco van uniendo la ruta 12, después de pasar la caminera policial y el aeroclub hacia el sur, y tomar a la derecha con destino a General Galarza, en el departamento Gualeguay.

Allí, en el distrito Sauce y cerca de Colonia La Llave, está el Almacén San José, un boliche como los de antes, donde la familia rural se encuentra, comparte y compra lo necesario, aunque las provistas más grandes se hagan en la ciudad más cercana. El San José es el boliche del Turco Emilio Julián, que atiende con su esposa Beatriz y con Mariano, el hijo más chico. Fue fundado hace unos 120 o 130 años por otro Julián: “Allá por 1890 abre sus puertas con mi tío Antonio como propietario” arranca a contar don Emilio, detrás del mostrador y recién levantado de una sagrada siesta en una tarde de temperaturas candentes pero atenuadas por las altas paredes y techos de ladrillos del edificio del centenario almacén.

“Todos me dicen Turco” apunta por si hiciera falta este hijo de inmigrantes que llegaron hasta este lugar del cosmos, buscando lo que se les negaba en su propia tierra: paz, oportunidades y prosperidad. “Quedan pocos de mi edad por aquí, ya tengo 76 años, o se fueron o se murieron” sentencia mientras señala hacia el más allá de esos horizontes infinitos de campos tan desmontados como desalambrados para ampliar la frontera agrícola.

Hay muchos almacenes que resisten el paso del tiempo en Entre Ríos, pero pocos que se mantengan como este bolicho, conservando su esencia y arquitectura original, un templo rural ubicado detrás de unos árboles y justo en una curva, como no podía ser de otra manera. Viejo almacén de ramos generales, con su cancha de bochas en el frente, una ventana enrejada y ese frontón mágico para darle fuerte con la paletilla en competencias que convocan apasionados de la paleta en estas comarcas entrerrianas.

Bochas y frontón en el Distrito Sauce

“Los fines de semana es cuando más gente viene. Se arman torneos en la cancha de paleta, con apuestas por supuesto”, responde terciando en la conversación Mariano, el más chico de los Julián, que ha decidido quedarse junto a sus progenitores y continuar con una tradición que comenzó don Antonio, siguió un cuñado, luego su abuelo y ahora su papá.

Al igual que en El Guineo, el almacén de XX de Setiembre también en Nogoyá, en el San José el frontón de pelota paleta es cosa seria. Las parejas que se enfrentan cuando hay torneos logran convocar mucha gente que disfruta de estos intensos duelos donde cada dupla expresa intereses y pasiones, más allá de la popularidad de esta disciplina deportiva. Claro, que detrás de cada pelotazo que pega en el frontón y en las paredes, está la expectativa de los que han apostado por las habilidades de estos jugadores representantes de pueblos, ciudades, clubes o peñas de todo el país.

Un testigo de otro tiempo

El cronista ha tenido el privilegio de visitar muchos almacenes de campo en los últimos tiempos pos pandémicos, y antes también. Pero el San José es cosa seria. Pisos de ladrillos, mostrador de madera, techos con tirantes y más ladrillos como cielorraso. Estanterías cargadas de bebidas para alegrar los espíritus, forman parte de la foto interior de un lugar que se mantiene intacto, inmaculado se podría decir, como esas fotos de viejos boliches que podemos encontrar con sólo guglear. Pero el almacén de los turcos, como lo conocen en la comarca del distrito Sauce está ahí, impecable en su presencia más que centenaria. Y aunque el término incunable refiera a libros del año 1500, se podría encontrar una similar ponderación entre los almacenes del siglo XIX para este sacro lugar.

Un farol a gas cuelga desde lo alto casi en la centralidad del amplio salón del almacén, que tiene electricidad, pero por las dudas… En las estanterías, prolijamente acomodadas y en el sector correspondiente al despacho de bebidas, las marcas clásicas en el gusto de la gente de distintas latitudes y del campo también: Ombú o Palanca, si de caña se trata; Llave, si hablamos de ginebras; Gancia, Cinzano, Marcela o Mariposa para el aperitivo; Paddy, Old Smugller o Legui van completando una oferta bien variada, además de vinos, cervezas y Fernet que están a disposición de los parroquianos.

En el área de ramos generales “ya no queda mucho” nos dice el Turco, que recuerda con nostalgia cuando se vendían como agua “los mangos para hachas o para asadas”. Hoy, la demanda pasa por lo esencial: alpargatas, yerba, aceite para freír, tomate al natural, alguna lata de caballa, arroz, fideos. “Tenemos algo de campo, con el boliche sólo no alcanzaría para subsistir” subraya.

Quedan pocos pobladores en el campo, y aunque la economía del sector está atravesando un gran momento, eso no se traduce en demanda de mano de obra. Máquinas cosechadoras nuevas, relucientes, que cruzan abarcando todo el camino, tractores nacionales e importados cinchando enormes sembradoras o tolvas cargadas de granos para rellenar algún silobolsa, camionetas, muchas camionetas con patentes AE, y gringos a caballos con caras tostadas de tanto sol componen la foto de este rincón de Nogoyá, donde una mesa de truco, una cancha de bochas y ese lindo y cuidado frontón para darle con la paleta convocan en todos los atardeceres y en las noches, en esos rituales que hacen a la cultura y la identidad de los pueblos en el campo.

Vino y galleta

Junto al “Turco” está Beatriz, que atiende el almacén desde siempre. Mientras ceba unos mates nos cuenta una anécdota que es la esencia de estos lugares únicos de la ruralidad. “Noche por medio viene una mujer que ya tiene 84 años. La trae un hijo en su camioneta. Toma un vaso de vino y come galletas, le gusta charlar con todos los presentes hasta casi la media noche. Después se va a su casa y se cocina un bife con huevos fritos antes de ir a dormir. Esa es María, nuestra mejor amiga”. El viejo almacén, ese lugar para encontrarse.

¿Quedan libretas para los clientes? “Alguna queda” dice Emilio Julián. “A los clientes viejos se les sigue fiando, por ahí queda alguna ‘colita’, pero nada serio”, cuenta con una sonrisa. Unos cueros de yacaré, unas mulitas y algún peludo adornan las altas paredes del almacén que abrió sus puertas en el lejano 1890, en ese camino que recorre campos donde hasta hace poco hubo trigos rendidores y ahora ya se pueden ver algunos brotes de otro incipiente y clásico cultivo, la soja.

Las primeras sombras del atardecer comienzan a llegar en una asociación con los primeros parroquianos que se acercan al viejo almacén. Uno pide una cerveza y el mazo con los naipes, mientras cuenta en voz alta las bondades de la última lluvia que cayó contra todos los pronósticos de esos meteorólogos que aseguraban que “La Niña” condenaba a una sequía en todo el verano. Otros piden las bochas y se acercan a la cancha recién barrida. Las charlas son cotidianas, anécdotas del trabajo de campo que se escuchan desde hace años en este santuario de tradiciones rurales que es el almacén San José.

FUENTE: Campo en Acción



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