“Pensé que iba a estar uno o dos días y terminaron siendo 50 años”, contó emocionado. Fue empleado del lugar en el cual forjó sus cimientos hace medio siglo.
Son las 6 de la mañana del viernes y Juan Carlos Rubiolo, de 65 años, se disponía a entrar por última vez como empleado al lugar. Un lugar que lo hace feliz y del cual siente una pertenencia absoluta.
Ese lugar ese nada menos que la emblemática fábrica de pastas La Italiana de Río Cuarto, provincia de Córdoba. Primero, como albañil y tan sólo 12 años, colaboró con la progresión de la construcción a la vera de la Ruta Nacional 158. Luego, como empleado incondicional, fue testigo del crecimiento de la compañía.
Pese a que ya había iniciado los trámites jubilatorios y le dijeron que podía dejar de ir, ahí está él. Dispuesto a iniciar su última jornada laboral con las mismas ganas de siempre. Es que -reconoce- le cuesta dejar esa «partecita» de su vida que lo acobijó desde chiquito de la mano del ya fallecido Humberto Gualtieri, creador de la marca.
Hoy, las riendas de la empresa lo llevan Roberto y Liliana, hijos del inmigrante italiano que pisó suelo argentino en los años ’50 buscando nuevos horizontes ante la difícil situación que se vivía en Europa en la posguerra y que terminó revolucionando la ciudad de Río Cuarto con sus pastas.
Los protagonistas de la segunda generación no tuvieron mejor idea que homenajear a Juan Carlos y, de alguna manera, honrar también la memoria de su padre, que falleció hace dos años y tenía una relación con él casi de padre a hijo.
Entonces, ese día que parecía uno más se transformó en una jornada de alegría, satisfacción y emoción. Fue cuando los dueños lo sorprendieron con un auto 0 km que tenía un gigante moño color rojo pegado en su parabrisas.
«Nunca lo imaginé. Yo sólo pensaba en irme bien con todos y compartir un asado», le cuenta Juan Carlos a Clarín. «No lo puedo creer. Es mucha la emoción», bromea sobre los primeros momentos en que posó sus manos sobre el volante del Fiat Cronos color gris plata.
Pero eso no fue todo. También le descubrieron una placa en la sala de tapas de empanadas y pascualinas, su especialidad, para que la marca que dejó no sea solo un recuerdo. «En reconocimiento por su responsabilidad, lealtad y compromiso con la empresa a los largo de sus 50 años de trabajo», reza la chapa ubicada en el sector donde se desenvolvió en todos estos años.
Atesorar momentos, de esto trata. Por eso, detrás del empleado hay un hombre que se sigue preocupando en que funcione todo en tiempo y forma. «Entré con un terreno baldío y me voy con semejante empresa que cada día sigue avanzando más y le da trabajo a la gente. Eso es lo que más importa», destaca.
Ese terreno al que hace referencia es aquel donde hoy está ubicada la empresa. Tenía sólo 12 años cuando empezó a colaborar con una constructora para levantar las paredes. Dos años después, comenzaron a llegar las primeras máquinas.
En ese entonces, había maravillado los ojos de Humberto Gualtieri, que se transformó en un pionero de la industria local. «Él me empujó y me trajo. Me dijo ‘vos tenés que estar conmigo acá adentro'». Y esa frase quedó marcada a fuego. «Hoy estoy terminando el último día felizmente», relata Juan Carlos, aunque afirma: «No quería mandar el telegrama».
«Nunca imaginé estar tanto tiempo. Cuando agarré las primeras máquinas con 15 años me parecía mentira. No sabía si iba a estar uno o dos días porque era mucha responsabilidad. Y terminaron siendo 50 años», recuerda entre risas.
Pero ahí estaba Humberto para ayudar a los empleados. «No fue sólo un patrón, fue uno más de nosotros. Nos enseñó mucho a manejar las máquinas y a hacer el producto. Nunca lo sentimos como patrón, era un peón más. Trabajaba a la par nuestro», expresa con orgullo.
El crecimiento suyo y de la empresa fueron a la par, como así también la relación con los dueños. Tal es así que tenía acceso a todo el establecimiento. «Me he encontrado acá un sábado a la noche que a veces cuando uno es joven le gusta salir y divertirse. Pero venía a revisar todo y me quedaba acá cuidando el producto. No importaba nada más», revela.
Esa buena relación con Humberto siguió con su hijo Roberto. Debido a la poca diferencia de edad, tanto dueño como empleado cuentan que se criaron “como hermanos” y tampoco faltaron las travesuras de pequeños: «Jugábamos juntos acá dentro y hasta hemos sido retados por Humberto».
«Es mi familia del corazón. Estuvimos en las buenas y en las malas. No hemos tenido diferencias en nada. En todo momento tuve las puertas abiertas», cuenta.
«Hoy es el último día. Es el día más cargado de mi vida, con las emociones más grandes. Me estás saludando todos», repite Juan Carlos, acompañado de Valentina, hija de Roberto y tercera generación de La Italiana.
Le brillan los ojos a Juan Carlos cada vez que repasa todo lo acontecido en este medio siglo. Recuerdos que no borrará de su mente. Pero llegó el momento de decir adiós. Se va él y una gran parte de la empresa.
«Cuando me entregaron el auto, me dijeron que no viniera más, pero dije que iba a cumplir hasta el último momento. Sentí que tenía que estar acá. Es mi casa. Ahora lamentablemente ya tengo que dejar, pero puedo decir con satisfacción ‘acá trabajé yo’. Y eso es lo más grande para mí».
Clarín.