Opinión: Año nuevo, vida nueva (x2)

Los rituales nos ayudan a no olvidar. Son actos de comunicación y forman parte estructural de la vida social desde tiempos ancestrales en todas las sociedades humanas.

POR VALERIA ABADI (*)

En mi familia, me han inculcado desde pequeña la alegría de la celebración. En casa siempre decimos que somos afortunados: tenemos el doble de celebraciones y de oportunidades de volver a empezar, en Rosh Hashana -generalmente en el mes de octubre- y en Año Nuevo el 31 de diciembre.

Los rituales nos ayudan a no olvidar. Son actos de comunicación y forman parte estructural de la vida social desde tiempos ancestrales en todas las sociedades humanas. Se definen como un conjunto de acciones ceremoniales que se realizan de forma reiterada y que poseen un valor simbólico. Sirven para generar vínculo en la comunidad, sentido de pertenencia y la reiteración contribuye a brindar cierta estabilidad en un mundo caótico y complejo.

Una de las características más importante de los rituales es que no solo marcan el tiempo, sino crean un tiempo. Al definir comienzos y finales, los rituales estructuran nuestra vida y cómo entendemos ese tiempo, las relaciones y el cambio.

El origen de los rituales probablemente estuvo vinculado con las ceremonias iniciáticas o los ritos de fertilidad, que buscaban reproducir en el seno de la cultura humana el circuito eterno de las estaciones y de los ciclos de la naturaleza.

Existen diferentes tipos de rituales: imitativos, donde se reproduce algún evento importante de la humanidad como es la reproducción del vía crucis; rituales sacrificiales donde se hacen ofrendas por ejemplo a la Pachamama; rituales positivos que cumplen una función habilitante, como el corte de una cinta en una inauguración o romper una botella antes de que zarpe por primera vez un barco y rituales negativos, como las ceremonias fúnebres que le permiten a los deudos cerrar y elaborar del duelo.

Los festejos de Año Nuevo, los aniversarios y los cumpleaños forman parte de los rituales de pasaje. Este término fue acuñado por primera vez por el francés Arnold Van Gennep (1960) y popularizado por el antropólogo americano Victor Turner (1970). Son actos de comunicación que marcan en la vida de una persona o comunidad, el cierre de una etapa vital y el tránsito hacia otra nueva. Son momentos que cobran especial valor cuando son compartidos con nuestros afectos y se transforman en recuerdos que se perpetúan a través de las anécdotas y relatos.

Los rituales también forman parte de la cultura corporativa de las empresas, y crean una memoria común de momentos e historias que unen al interior de la organización.

En la era del Covid, tanto a nivel personal como profesional, hemos visto amenazados a nuestros rituales. Sin embargo, el deseo y la necesidad de sostenerlos hizo que los reinventemos para no perderlos. La tecnología fue un habilitador clave para para mantener el encuentro a través de las pantallas y encontrar nuevas formas de relacionarnos, y volvernos también más creativos y conectados, a pesar de la distancia física.

Afortunadamente, este fin de año nos encuentra en otra situación. Las celebraciones presenciales volvieron a ser una realidad, con los cuidados necesarios para compartir de un modo seguro. Los rituales nos invitan a hacer una pausa, y son, en definitiva, actos memorables de comunicación e intercambio con los demás.

En este fin de año, brindemos por continuar con nuestros rituales y por qué no, ¡seguir sumando nuevos!

(*) PRESIDENTE DEL CÍRCULO DIRCOMS

FUENTE: Cronista



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