Sebastián Ceria triunfó en el mundo, pero nunca se olvidó de Argentina

“Nuestro futuro está ligado a la capacidad de producir conocimiento”, reconoció el empresario y doctor en Matemáticas, que vive afuera -Estados Unidos y ahora Reino Unido- desde hace más de tres décadas, y fue el impulsor del vanguardista edificio recién inaugurado de la facultad de Ciencias Exactas.

Se suele pensar que los matemáticos y otros científicos dedicados a los números son personas frías, inmersas en números y algoritmos incomprensibles. El empresario Sebastián Ceria tira esa teoría por la borda en una fracción de segundo.

Este argentino de 56 años, graduado en Matemática en la facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y doctorado en Matemática aplicada en la Universidad Carnegie Mellon, es un empresario de éxito internacional que vive fuera del país desde hace 33 años. Sin embargo, Sebastián nunca estuvo demasiado lejos. No solo vivió siempre informado y conectado con lo que pasa en el país sino que se convirtió en el motor indispensable para el recién inaugurado Cero + Infinito, el edificio inteligente de su ex facultad, una de las construcciones más modernas de América Latina.

Su historia resulta inspiradora para todos aquellos que sueñan con colaborar colocando un ladrillo sólido en la construcción de un futuro para la Argentina.

Primeros pasos acá y en otras tierras

La voz de Sebastián llega cálida desde la ciudad de Londres, donde vive en la actualidad. Transmite calma. Su cara es expresiva y sonríe con facilidad mientras resume con detalle la etapa de su historia en la Argentina, que comenzó cuando nació en 1965. Está claro que es de esas personas que tienen registro perfecto de su alrededor.

Recuerda las calles de sus colegios con precisión relojera, recuerda los jeans de segunda selección que compraban con su hermano Santiago en Eduardo Sport en la avenida Santa Fe y recuerda con gracia la “pica” entre los colegios Nacional Buenos Aires y el ILSE (Instituto Libre de Segunda Enseñanza) al cual asistió. Sebastián es de esos escasos hombres a los que los números, el éxito, los elogios y la distancia física no los han endurecido, sino todo lo contrario.

“Nací en una familia de clase media típica argentina. Si bien vivía en el barrio de la Recoleta, te diría que para el barrio éramos de clase media baja. Mi padre, Jorge, era un tipo realmente brillante, un intelectual, un ingeniero que había estudiado a la fuerza, empujado por sus padres. Era un gran amante de la literatura, de la filosofía, de la física. Con mi hermano Santiago, dos años menor, lo llamábamos la enciclopedia caminante. Nuestro Google era mi padre. Murió de una rara enfermedad cerebral. Mi madre, Matilde, estudió un poco de psicología social y trabajaba en la Academia Nacional de Medicina con chicos con leucemia. Así es ella, hasta el día de hoy, siempre ayudando. Tiene 82 años y una energía increíble. Con Santiago fuimos a la escuela pública Juan José Castelli, que quedaba en las calles Vicente López y Ayacucho. Crecimos en un ambiente estimulante. Nuestros padres nos hablaban de lo importante que era estudiar lengua, conocer el mundo y otras culturas. Ellos no eran para nada militantes, pero siempre fueron gente muy comprometida y con opiniones sobre todo. Cuando éramos chicos nos decían que nosotros teníamos que hablar y expresar nuestras opiniones”, relata el empresario.

Cuando llegó la hora de entrar al secundario, allá por el año ‘78, era una época difícil debido a la dictadura militar Argentina. Sus padres temieron que los temas políticos en el colegio influyeran negativamente en su educación y por eso descartaron al Nacional Buenos Aires. Escogieron otro colegio dependiente de la Universidad de Buenos Aires: el ILSE (Instituto Libre de Segunda Enseñanza): “Era un colegio secundario de seis años de duración, con una enseñanza más bien enciclopédica… Fue siempre una alternativa al Nacional Buenos Aires…”. Y y agrega con picardía: “Los del Buenos Aires dicen que es una versión más fácil, pero desde mi punto de vista era una versión más diversa al no ser tan elitista en lo intelectual. Además, muchos de los profesores eran los mismos”.

Sebastián siempre había soñado con estudiar en los Estados Unidos, pero cuando llegó el momento de aplicar a las universidades norteamericanas en la Argentina debutaba la democracia de la mano de Raúl Alfonsín. Era un momento histórico. Encima, estaba de novio. Decidió quedarse. Estudió matemática en la facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Fue, asegura, la mejor decisión que pudo haber tomado.

El problema fue cuando llegó el momento de hacer el doctorado. Lo que él quería hacer no se podía en la Argentina: “Yo no me fui expulsado por el país, si bien era un momento terrible porque me fui justo antes de la hiperinflación, lo cierto es que me fui buscando nuevos horizontes. Lo que yo quería hacer no se podía hacer en mi país. La Argentina no tenía buenos doctorados en matemática discreta. Era natural para mí buscar una oportunidad en el exterior. Conseguí una beca en la Universidad Carnegie Mellon, que me recibió con los brazos abiertos. Los americanos son muy buenos en esto: no te preguntan de dónde venís, no te discriminan. Ellos saben que sos capaz, que te fue bien en la universidad, por eso te dieron la beca. Son muy inteligentes en la tarea de manejar talento externo. Estados Unidos hace un excelente negocio… porque a mí me importaron gratis, por muy poca plata porque solo fue la beca… porque fui totalmente formado por el Estado Argentino”.

Un capítulo llamado éxito solidario

La cuestión es que a Sebastián Ceria le fue muy bien. Estudió, se esforzó y comenzó a trabajar. Entre 1993 y 2000 fue profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia, y hoy tiene un enorme orgullo: fue nombrado, también, miembro de la Academia Nacional de Ingeniería.

En 1998 fundó Axioma, una empresa dedicada al análisis de riesgo financiero con sede en Nueva York y oficinas en las principales capitales financieras del mundo. Luego, en 2008, vendió una parte y la fusionó con una empresa suiza/alemana llamada Stoxx. Así nació Qontigo, una palabra que no es para nada casual y que mezcla lo numérico con un significado emocional. “No es lo mismo juntos que contigo…”, aclara. De esta empresa también es CEO. Para esto la familia tuvo que mudarse a Europa, más específicamente a la ciudad de Londres, no sin previo acuerdo del resto, claro. Allí lo acompaña también una parrilla argentina con interior uruguayo, y un brasero para leña, que prometió un día mostrarnos. Sebastián está en todas. Hasta en la forma de hacer un asado.

Imparable, en 2019, creó Fundar una organización sin fines de lucro comprometida con la educación y el futuro de nuestro país: “Fundar es hijo de un deseo colectivo: aportar al bienestar general todo lo que pudimos aprender o acumular en nuestras historias personales”, explicó.

“Quienes integramos Fundar trabajamos movilizados por distintas certezas y una utopía. La desigualdad inhibe cualquier proyecto de país viable. No hay desarrollo posible sin una fuerte apuesta por la ciencia y la tecnología. Es necesario un Estado presente e inteligente. Pero de lo que estamos más seguros es de nuestra utopía realista, la de construir un verdadero progreso colectivo basado en el desarrollo y en la igualdad”.

¿Cuándo volvés…?

A los curiosos que le preguntaban una y otra vez cuándo pensaba volver a su país, él les respondía invariablemente, hasta el día de hoy con la misma frase: “En cuatro años”. Así, continuó esquivando la respuesta que no tenía durante todo este tiempo. Se casó con una española, Alicia, con quien tuvo dos hijos: una mujer que hoy tiene 19 años y un varón de 14.

―La pregunta sobre el mérito y el esfuerzo es inevitable…

―Yo no considero que mi éxito sea exclusivamente meritocrático. A mí se me dieron las cosas muy, pero muy bien, en cuanto a mi formación, en cuanto a mi familia, en cuanto a mis padres, en cuanto a mis profesores, en cuanto mi clase social, en cuanto a donde yo nací. Creo que tuve muchísimas ventajas que me ayudaron a tener éxito. Y le doy muchísimo crédito a mis padres por haberme mostrado ese camino.

―¿Qué pensás de los jóvenes que se quieren ir del país?

―Creo que es importante no pensar en los argentinos que se fueron no se van como en una fuga sino como una diáspora. La diáspora es distinta… Lo vemos, por ejemplo, en países como Israel, en lo que sienten los judíos que viven en el exterior sobre su país. Para ellos es un orgullo y ayudan como pueden. Viajan, tratan de hacer cosas por su país, lo defienden. En cambio, muchos de los argentinos que están en el exterior hablan pestes de la Argentina. Eso no sirve… ¿para qué? ¿Qué valor tiene hablar pestes de la Argentina en el exterior? Ninguno. No ayuda si sos político, no ayuda si sos economista, no ayuda si sos banquero, ¡¡no ayuda!! ¿Vos sabés a cuántas reuniones fui en Nueva York donde delante de norteamericanos o extranjeros, los argentinos hablan pestes de la Argentina? ¡Pestes! A mí me pone mal porque hay que tener amor por el país. Hay que ser patriota. Me da muchísima pena. Entonces, volviendo un poco a esta idea de irse y volver, no creo en esa dicotomía. No es que uno abandona el país sino que uno busca horizontes en otros lados. Es algo que puede ser totalmente justificable desde el punto de vista profesional, desde el punto de vista sentimental, desde el punto de vista de que la Argentina no le da a uno lo que está buscando.

―En la Argentina siempre estamos saltando de incendio en incendio, esperando un milagro, el dólar hoy de nuevo por las nubes… ¿Cómo ves el futuro?

―Soy muy optimista en cuanto al futuro. Soy optimista en general, si no, no hubiese sido emprendedor. Los emprendedores suspendemos la incredulidad, porque suspender la incredulidad es la base de poder hacer cosas que de otra manera uno vería alocadas. Yo nunca hubiese empezado mi compañía si hubiese hecho un análisis racional de todas las cosas que pueden salir mal. Tenía competidores que eran mucho más grandes, que tenían más recursos. Yo no tenía nada. Lo único que tenía era la voluntad, la cabeza, una idea… y punto. Pero suspendí la incredulidad de que me iba a ir mal y me fue bien. Eso es fundamental.

―Y los argentinos…

―Los argentinos tenemos que suspender la incredulidad que tenemos sobre nuestro país. No te voy a decir las cosas cliché como que la Argentina es una tierra rica, que tiene recursos naturales, que tiene capacidad humana… eso es obvio. Argentina es un país que nació del lado bueno de las vías, pero nos estamos cruzando del lado malo por voluntad propia. Vamos, por ejemplo, al tema del dólar. Yo me haría la siguiente pregunta: ¿cómo puede ser que a la Argentina le falten dólares y que los Argentinos tengamos más del 10 por ciento del circulante de dólares del mundo en nuestras manos? Ahí hay algo que no va. ¿No nos damos cuenta de que nos estamos haciendo daño? ¿No nos damos cuenta de que de alguna manera la solución está dentro nuestro?

―¿La solución está dentro nuestro?

―La solución de los problemas de la Argentina no pasa por buscar un milagro, por alguien que nos preste dinero. Tenemos que aprender a construir la solución nosotros mismos. Y tenemos todos los elementos para hacerlo ¡Todos! Hasta la plata, que la tenemos en el lugar equivocado. ¿Quién tiene la plata en Estados Unidos o en Inglaterra en el cajón de la mesa de luz del dormitorio o escondida bajo un colchón? Ya sé lo que me van a decir, obvio, que los bancos, que el corralito, que te sacan la plata. Entiendo todo eso, pero nosotros tenemos que hacer un pacto como argentinos de ponernos de acuerdo para que ese tipo de cosas no pasen más ¡y que no pasen más! Buscar los mecanismos para que, entre todos, tengamos la confianza que nos va a ayudar a salir adelante. Estoy convencido de que la mayoría de los daños de la Argentina son lo que llamamos autoinfligidos y eso quiere decir que son corregibles por nosotros mismos.

―Para eso hay una palabra clave: acuerdos.

―Hay acuerdos de la sociedad que ya están. Te voy a mencionar dos, pero hay muchos más. El primero es la democracia. Los argentinos hemos llegado a la conclusión de que vamos a ir adelante en democracia. No es algo que esté en discusión. Es un acuerdo clave, no es un acuerdo menor. Otro acuerdo que tenemos es la educación pública y gratuita. La Argentina gasta una altísima cantidad de dinero en educación y eso no cambia aunque cambien los gobiernos. Las universidades abiertas y gratis es un consenso de la sociedad que se ha construido durante muchísimo tiempo y que no se cuestiona.

―Hablas de la UBA y entonces la pregunta llega sola: ¿cómo nació en tu cabeza la idea del nuevo edificio Cero + Infinito de la facultad de Ciencias Exactas y Naturales?

―Cuando me empezó a ir bien, miré para atrás y me dije: ¿Quiénes fueron los que me ayudaron a llegar acá? ¿Quiénes fueron los que me ayudaron a conseguir lo que conseguí? La respuesta fue la universidad que me formó, la UBA. Siempre le tuve a la facultad un tremendo cariño y quería hacer algo para ayudar. En el 2008, cuando vendí una pequeña parte de mi compañía, fue la primera vez que estuve más holgado económicamente. Así fue que me decidí a llevar a cabo la idea de ayudar y hacer un aporte para construir un edificio que fuera emblemático. La facultad tenía un proyecto modesto para hacer un pabellón para albergar al departamento de computación. Como había muchas dificultades para lograr financiamiento se me ocurrió aplicar una de las máximas que había aprendido: cuando no sabés cómo resolver un problema, hacelo a lo grande. A veces, es más fácil conseguir financiación para una obra ambiciosa y que se destaque que para algo que va a pasar desapercibido. Entonces, fui a buscar al arquitecto recibido en la UBA Rafael Viñoly y le propuse mi idea. Me dijo: “Vos estás loco, esto no va a ningún lado, olvidate”. Insistí y le dije: “Vas a ver que vamos a poder”. Hicimos el proyecto emblemático de Cero + Infinito y logramos seguir empujándolo a través de los años.

―El proyecto atravesó gobiernos de distintos signo político y sobrevivió.

―Sí. Si hubiese que agradecer a todos los que participaron de ese proyecto no los podría poner en un mismo cuarto porque se agarrarían a trompadas entre ellos. ¡Es gente que no se habla! Estuvo la habilidad de Lino Barañao, quien era Ministro de Ciencia y Tecnología, para quedarse en el puesto y empujar el proyecto. Fue muy hábil y uno de los grandes constructores de este proyecto porque logró que la obra siguiera. Así fue que gente políticamente de lados opuestos siguió apoyando este proyecto porque lo vieron como algo emblemático, que le iba a servir a la Argentina. Mirado con el diario del lunes, hoy todos pueden palmearse la espalda.

―Dónde está a tu juicio la solución.

―Como te dije antes, la solución está en nosotros. Y eso hace que sea mucho más fácil. Si la solución estuviera en el otro, sería mucho más difícil, porque tenés que convencerlo. No hay que confundir optimismo con falta de realismo. Es muy importante ser realista. Lo que yo planteo es realista, no es algo demasiado romántico. A veces pienso que los argentinos tenemos que hacer catarsis, muchas veces somos nuestros peores enemigos.

―¿Te planteaste volver al país?

―Veo mi regreso a la Argentina como algo muy difícil en este momento, no te voy a decir imposible porque la palabra imposible no me gusta.

La gran obra de animarse a soñar

Hace un mes, el 13 de octubre de 2021, se inauguró Cero + Infinito, el nuevo edificio de última generación la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales en Ciudad Universitaria, en el barrio de Belgrano. Ese día el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación le entregó formalmente a la UBA el nuevo edificio construido y en el que tanto tuvo que ver Sebastián Ceria.

La idea primigenia había nacido había nacido por el año 2006 cuando la facultad enfrentaba serios problemas edilicios, de hacinamiento, de viejos cableados que no soportaban la demanda exponencial. La ciencia crecía y se expandía sumando cientos de becarios e investigadores cada año. Necesitaban metros, cañerías y cables nuevos, laboratorios. Se pensó un proyecto posible, pero era complejo avanzar sin dinero. En eso estaban cuando, en 2009, apareció un ex alumno interesado en colaborar para la construcción del nuevo edificio. Era él, Sebastián Ceria. Se comprometió al ciento por ciento y pisó el acelerador.

Se le ocurrió sumar, en 2010, al arquitecto que diseñó el proyecto: Rafael Viñoly. Recibido en la Facultad de Arquitectura Diseño y Urbanismo (FADU) de la UBA, Viñoly vivía también en ese momento en Nueva York y ya era un profesional premiado y reconocido internacionalmente con un estudio con filiales en Londres, Los Ángeles y Dubái (fue el responsable del Museo Fortabat, en Puerto Madero, y, en Uruguay, del puente circular de Laguna Garzón). Ya conocemos la historia: Sebastián lo convenció y él arquitecto donó su diseño.

La obra se licitó en 2015 y siguió avanzando a través de los distintos gobiernos. El resultado está a la vista: es el edificio más moderno de Ciudad Universitaria y uno de los más vanguardistas de América Latina.

La construcción trapezoidal, de 17.200 metros cuadrados vidriados, está repartida en dos plantas y subsuelo. Cuenta con dos jardines internos con árboles nativos. El nombre proviene de esos dos espacios y se le ocurrió a Ceria: “Cero” e “Infinito” son las figuras que representan sus contornos. Unos 8.700 metros cuadrados de techo verde y un sistema de climatización termomecánica que permite un ahorro de energía del 70 por ciento son algunas de las características clave para que, esta edificación de bajo mantenimiento, sea amigable con el medioambiente.

Llevarlo a cabo demandó la suma de cerca de 30 millones de dólares. Tiene varios bares al paso; 2 bibliotecas; 10 laboratorios de computación para 50 máquinas cada uno; 19 aulas con capacidad general para 1.140 alumnos y 5 más para seminarios -con forma de anfiteatro- que pueden convocar a un total de 500 personas. Hay, además, 56 oficinas para los distintos departamentos de la facultad. Es un edificio que nuclea la investigación y la docencia, que produce conocimientos y educa. Como si esto fuera poco, en diciembre, la obra competirá en Lisboa en el Festival Mundial de Arquitectura (WAF). Solo caben aplausos.

La gratitud convertida en compromiso

Algunos dichos de Ceria en la inauguración, reflejados en distintos medios y en su charla con Infobae, continúan explicando su compromiso:

“El edificio es una bandera de las ciencias exactas y naturales que tiene mucho que ver con el futuro”.

“Es una invitación para que podamos pensar el futuro de nuestro país”.

“Argentina tiene que animarse a estar a la altura de las circunstancias, tiene que apostar a desarrollar capacidades en áreas de punta. Nuestro futuro está ligado a la capacidad de producir conocimiento, y la universidad pública es un gran activo en ese sentido, es una gran ventaja comparativa que tenemos: no en vano la UBA es la única universidad de Latinoamérica que se encuentra entre las 100 mejores del mundo. Más allá de las crisis, más allá del estancamiento, nuestra universidad sigue produciendo talentos”.

FUENTE: Infobae



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